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La
pesca milagrosa
El
título de la nota podría hacer referencia a aquel acto
de Jesús cuando, luego de que los discípulos durante toda
la noche no habían logrado pescar nada, hizo que capturasen tantos
peces que el barco no podía navegar. Sin embargo, no alude a
este testimonio de los santos evangelios sino a algo que también
puede ser visto como un regalo de Dios y es a la eficacia de la pesca
deportiva como un acto sanador.
En Estados Unidos se conocen psicólogos que utilizan la pesca
como un acto restaurador. Animan y aconsejan a pacientes, especialmente
aquellos estresados por el trabajo en oficinas, que se tomen un par
de días de pesca mensuales. Más de un amigo mío
en la Argentina me ha dicho que prefieren gastar el dinero destinado
al psicólogo en un día de pesca. No digo que esto esté
bien, sino cuento lo que me han comentado. No soy prescriptivo sino
descriptivo.
La pregunta que surge de inmediato es por qué la pesca es tan
curativa. Vamos a tratar de explicarlo aunque cuesta volcar en palabras
cuestiones emocionales.
Razón
individual: la pesca entretiene
La pesca deportiva es sinónimo de entretenimiento. No estoy hablando
de la pesca de concursos o competitiva, que exige, como tal, una concentración
y un esfuerzo que superan el plano de la diversión.
La pesca es un desafío personal, pero recreativo. De nada vale
enojarse, sino capitalizar los errores para que, la próxima vez,
sea más fácil pescar. La pesca debe distraer y hacer olvidar,
al menos por unas horas, de los problemas de la vida cotidiana. De nada
vale estar pescando y escuchando un noticioso por radio o leyendo las
habituales malas noticias del diario.
No se justifica volver enojado a casa luego de un día de pesca.
De lo contrario nos exponemos a la clásica pregunta: ¿para
qué fuiste? Como decía un querido amigo: “Mejor un mal
día de pesca, que un buen día de trabajo.” El problema
lo tengo yo con esta frase, pues trabajo de periodista de pesca...
Por esta causa, el objetivo de la pesca no debe ser sacar pescados,
sino mucho más que eso: pasarla bien, distraerse, gozar de ese
tiempo especial. De lo contrario, la falta de pesca provocará
innecesarias frustraciones.
Por otra parte, si el objetivo es solo sacar pescados para comer, el
gasto que genera una salida de pesca no lo justifica. Es más
fácil, barato, limpio y sencillo pasar por la pescadería.
Razón
física: el contacto natural
La pesca bien entendida provoca un contacto especial con la naturaleza.
El pescador, a medida que realiza más y más salidas, aprende
a respetar la naturaleza, por ejemplo, devolviendo los peces a su medio
con mayor frecuencia hasta el punto de que difícilmente mate
alguno.
Este contacto natural se realiza por medio de todos los sentidos. Estos
sentidos nos ayudarán a respetar a la naturaleza, a los demás
seres humanos y a nosotros mismos. Nos hará devolver los peces
al agua, no porque nos lo pida una ley sino por convicción personal,
sin ser más papistas que el papa y pensar que matar una mojarra
es un pecado capital. Nos ayudará a cuidar el medio ambiente,
a no hacer fuego cerca de un árbol, a no dejar prendidas las
brasas, a no dejar tirados residuos que no se reciclan, a no romper
alambrados ni tranqueras, a no dañas campos de cultivo, a no
matar animales...
El más claro y obvio es la vista. El pescador se recrea por el
entorno que lo rodea. Cuántas veces hemos dejado de pescar, especialmente
en la Patagonia, para ver esa hermosa montaña nevada o ese río
que corre rápido o esa pradera que cae con las ovejas y una casa
de madera. Recuerdo situaciones en las que dejé de pescar y,
no solo eso, me senté a contemplar un paisaje caña en
mano. La pesca en sí pasó a segundo plano, pero a ella
le debía estar ahí.
La pesca me ha permitido conocer lugares alejados del turismo convencional,
aquellos que nunca hubiera visto si no fuera por este deporte. Los ríos
Pescado e Iruya en Salta, los esteros del Iberá en la zona cercana
al nacimiento del río Corriente, las costas abruptas del lago
Fagnano hacia el oeste... haber visto estos y otros lugares son un regalo
de la pesca.
Pero una contemplación que se precie excede el uso en exclusivo
de la vista. También la pesca nos permite usar el oído
para acercarnos a la naturaleza. Cuando esté pescando con un
grupo de amigos, como casi siempre se hace, aléjese del grupo
y comience a prestar atención a los sonidos: el ruido del agua,
el canto de los pájaros, el mugido de las vacas, el chapoteo
de un pez, el silbido del viento, el croar de las ranas por las noche,
el mismísimo silencio... notará cuánto hay para
escuchar.
La naturaleza también se ofrece al tacto del pescador. ¿Ha
probado de tocar con la palma el agua fría de un arroyo? ¿Y
acariciar el lomo de un caballo? ¿Tocó la aspereza de
una roca o la rugosidad de una hoja de zapallo? ¿Comprobó
la suavidad de una piedra de canto rodado desgastada por el agua durante
miles de años? ¿Notó cuánto todavía
tenemos para conocer de la naturaleza que nos rodea en cada salida de
pesca?
El olfato es otro de los dones que Dios nos ha regalado para usar para
“atrapar” de algún modo la naturaleza en mucho más que
nuestras retinas. Las flores de campo, un cardumen de sábalos,
el aire iodado luego de una lluvia, cada olor nos recuerda un lugar,
un hecho, como los perfumes de cada persona que hemos amado.
Y por último, la naturaleza también se abre a nuestro
gusto. Y ¡cuánto más rico es un manjar degustado
al aire libre! Es el mismo asado que comemos en casa, pero a la estaca
y en la isla tiene un sabor delicioso. Son las mismas empanadas que
nos hace nuestra esposa para llevar a la fábrica, pero en la
lancha tienen otro sabor más destacado. O una fruta tomada de
un árbol sin dueño, o el agua fresca que sale de un molino.
¿Desaprovechamos muchas formas de contemplar la naturaleza o
es sólo una impresión? Luego de una jornada de pesca,
la vista se recrea, los oídos se destapan, la nariz tiene más
espacio para la circulación de aire, las manos palpan distinto
y la comida tiene otro sabor... en verdad, la vida propende a tener
otro sabor, porque este contacto con la naturaleza nos propone un gran
desafío: al volver a la gran ciudad, al diario trajín,
al vínculo con los jefes, al día a día con los
empleados, a tomar el subte, a caminar por la peatonal, a hacer la cola
del banco... este contacto con la naturaleza nos tiene que enriquecer
para mejorar transformar nuestra subsistencia en vida, para tratar mejor
a los que nos rodean, para alegrarnos, para hacernos agradecidos a Dios
por ese privilegio de haber estado pescando...
Razón
social: la pesca crea grandes amistades
He perdido muchos de mis amigos a causa de la pesca. A esos amigos que
todos solemos tener, porque nacen del colegio, el barrio o el trabajo,
muchas veces no les he podido seguir el tranco dado mis frecuentes viajes
de pesca por trabajo. Les pido perdón. Sin embargo, como contrapartida,
la pesca me ha dado grandes amigos, aquellos que han trascendido la
jornada de pesca en sí o el tema de la pesca en sí; aquellos
que me han ayudado económicamente cuando no tuve el dinero necesario;
aquellos que me han dado un consejo de mucha utilidad para la vida;
aquellos que me mimaron o me retaron cuando lo necesité. La pesca
me ha dado amigos y que mejor que compartir una jornada de pesca entre
amigos.
Si bien la pesca es un deporte individualista, que exige al máximo
las condiciones o habilidades personales, es maravilloso ir a pescar
con amigos. Aunque a lo mejor durante la jornada de pesca hemos andado
separados buscando el pique, el camino de ida y el viaje de vuelta son
recuerdos imborrables de muchas salidas.
¿Quién no viajó con sus amigos a pescar soñando
en cómo sería ese maravilloso día y volvió
armando la próxima salida, a minutos no más de haber guardado
las cañas? ¿Quién no disfrutó del placer
de desayunar en la ruta con los amigos de pesca o cenar al vuelta para
contar anécdotas? ¿Quién, con sentido de novedad,
no repitió mil y una veces el mismo comentario o la misma situación
vivida años anteriores y fue “víctima” de amigos que también
han contado sucedidos una y otra vez?
Si bien un desafío individual, la pesca es hermosa cuando se
encara como salida de amigos, sin competencia, sin cargadas, sin envidias,
aprendiendo unos de otros. Alguna vez me pregunté qué
siento cuando un amigo pesca y pesca y pesca, y yo no saco nada, en
una misma situación, por ejemplo, trolleando en una misma lancha.
Al principio, me dio bronca, hasta envidia, pero con el tiempo aprendí
a alegrarme en sus alegrías, lo que también me ayudó
a ser fuerte en sus tristezas para ayudarlos. No es fácil: requiere
hacer de la amistad un ejercicio consciente. Pero ¡qué
hermosa sensación cuando un amigo pesca y pesca muy bien! ¡Qué
lindo extender su mano y felicitarlo o sacarle una foto! Aunque suspenda
mi momento de pesca, aunque me pierda una pieza latente, ¡qué
hermoso es estar allí con mis amigos!
Esta pesca milagrosa nos ayuda a superarnos como personas, porque, si
logramos avanzar en las etapas del desafío de aprender a pescar,
nos sentiremos cada vez mejor y podremos tomarlo como un paradigma para
otros aspectos de la vida, como el estudio, la vocación o el
trabajo. ¿Acaso en la vida no es todo un desafío al igual
que en la pesca?
Encarar la pesca de esta forma nos hará ser mejores pescadores
que no quiere decir que saquemos más pescados, necesariamente,
sino que, como dice mi amigo y periodista de pesca del Brasil, Rubinho,
cada vez dejemos más relegado el factor suerte. Un buen pescador
cada vez disfruta más de “estar pescando” en lugar de “pescar”,
crece en su respeto a la naturaleza y a los demás pescadores,
procesa el conocimiento de la pesca y lo aplica para seguir creciendo.
Por eso hay una axioma de la pesca deportiva que es esencial creerlo:
en la pesca somos todos iguales. Puede que el que tenga dinero pueda
comprar mejores equipos e ir a mejores pesqueros, pero una vez que estamos
en el pesquero las oportunidades son parejas. Cuántas veces he
visto lugareños que sacaban un pez tras otro en una corredera,
con línea de albañil y latita para enrollar, mientras
nosotros tirábamos los mejores artificiales con cañas
de alto costo y caros reeles, para no tener ni una respuesta.
El aprender a compartir es una consecuencia de la pesca milagrosa y
una forma sana de practicarla. ¿No me digan que nunca estuvieron
en la disyuntiva de llamar o no llamar los amigos cuando descubrieron
ese juncal donde estaban todas las tarariras concentradas? Ahí
se ejerce la amistad bien entendida. La amistad de la pesca se nota
si usted encuentra el cardumen, si usted tiene el único señuelo
que pesca, si usted tiene la mejor o la única comida o bebida,
si usted tiene más posibilidades económicas para llevar
a pescar a sus amigos...
La pesca sana y, por eso, la recomendamos. Aflójele al estrés
y dese una vueltita por algún pesquero. Encare la pesca sanadora
y aproveche la soledad para reflexionar y la compañía
para enriquecer la amistad.
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